20111223

Prometheus: Alien y HR Giger.



Tal y como había anunciado, hoy 20th Century Fox ha lanzado el primer trailer de Prometheus. En el video se ha optado por trasladar al espectador el claustrofóbico tono de la película y por seguir reservando en secreto los detalles más importantes de su trama. Concebida en un primer momento como una precuela de Alien la película narra la llegada de un grupo de investigadores a un lejano planeta donde pretenden encontrar indicios que les lleven a descubrir el origen de la vida en el universo. En su lugar harán un descomunal descubrimiento que amenazará con acabar con sus vidas. Noomi Rapace, Michael Fassbender, Charlize Theron, Idris Elba, Sean Harris, Kate Dickie, Logan Marshall-Green y Patrick Wilson forman una tripulación que cuenta con Ridley Scott como capitán. Se estima que lleguen a su destino el 8 de Junio de 2.012.

Informe de Katarsis



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20111127

The Thing 2011


"La cosa (The thing)” es la precuela del clásico de 1982 del mismo título dirigido por John Carpenter. La belleza aterradora de un continente extraordinario, la Antártida, sirve de telón de fondo para una misión científica. Un descubrimiento que abre posibilidades inimaginables se convierte en una lucha por la supervivencia cuando un grupo de investigadores internacionales descubre a un alienígena.

Si usted no ha visto la primera NO SIGA LEYENDO, pues es un spoiler y puede arruinarle la diversión.

La criatura tiene la habilidad de cambiar de forma a voluntad y convertirse en la copia perfecta de cualquier ser humano. La paranoia se extiende como la pólvora entre los científicos infectados por el misterio llegado de otro planeta. La paleontóloga Kate Lloyd y el piloto Braxton Carter unirán sus fuerzas para impedir que la criatura mate uno a uno a los miembros del equipo.
La paleontóloga Kate Lloyd (Mary Elizabeth Winstead) ha viajado a la desolada región para hacer realidad su sueño. Se une a un equipo noruego que ha encontrado accidentalmente una nave extraterrestre enterrada en el hielo, y descubre un organismo que parece haber muerto en la colisión hace miles de años. Pero está a punto de despertar…

Un sencillo experimento libera al alienígena de su cárcel de hielo. Kate y Carter (Joel Edgerton), el piloto de la expedición, unirán sus fuerzas para impedir que la criatura mate a los miembros del equipo uno a uno. En la inmensidad blanca, un parásito capaz de imitar a la perfección a cualquier ser vivo que toca, conseguirá que florezca la desconfianza y el terror mientras intenta sobrevivir y florecer.
Durante los títulos finales se recrea la secuencia inicial de la película de 1982 de John Carpenter, dejando en claro que se trata de precuela.
 Puedes tomarla prestada aquí http://fullcine.tv/idioma-original/the-thing-2011


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20111123

Prometheus - Adelantos.


Si ya resultaba misteriosa en aquellos días de su nacimiento en los que ni siquiera quedaba del todo clara su naturaleza -¿reboot? ¿precuela? ¿algo diferente?- Prometheus se ha ocupado mucho en mantener el secretismo que la rodea. Es natural, guardarse información y más en una película de este tipo siempre ha resultado efectivo para despertar la curiosidad entre el público. El caso es que hoy la película de Ridley Scott pierde un poco de su calculada vergüenza y nos muestra un poquito de su producción a través de unos cuantos escaneos en los que vemos a parte de su elenco. Noomi Rapace, Michael Fassbender, Charlize Theron, Idris Elba, Sean Harris, Kate Dickie, Rafe Spall, Logan Marshall-Green, Guy Pearce y Patrick Wilson participan en la película que veremos en el verano del hemisferio norte.
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Pablo Gutiérrez del sitio Katarsis 
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20111120

Rosa, un corto postapocalíptico


ROSA es un cortometraje épico de ciencia ficción que tiene lugar en un mundo post-apocalíptico, donde toda la vida natural ha desaparecido. De la destrucción despierta, un cyborg, el último intento de la humanidad para restaurar el ecosistema de la Tierra. Rosa pronto aprenderá que no es la única entidad que ha despertado y que debe luchar por su supervivencia.
El cortometraje fue creado enteramente por el artista del comic Jesús Orellana, sin presupuesto y durante un solo año. Desde el estreno mundial en el Seattle International Film Festival, Rosa ha sido una la selección oficial en festivales de cine alrededor del mundo, como la Screamfest, la Toronto After Dark Anima Mundi, o Los Angeles Shorts Film Festival. En octubre de ROSA fue proyectada en la noche inaugural del Festival de Cine de Sitges, considerado el mejor festival del mundo especializado en películas de género. Después de ésta carrera exitosa en tantos festivales, el cortometraje ha atraído la atención de las principales agencias de talentos y productores de Hollywood. Actualmente ROSA está en desarrollo para ser una película de acción real.

Para más información sobre ROSA, por favor visite rosamovie.com

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20111107

La planète Sauvage 1973

Gracias a los integrantes del grupo de rock Impulso y los fondos elegidos en su último recital, es que me he encontrado con esta pieza que había olvidado y que curiosamente ya no aparece en YouTube .
El planeta salvaje (en francés La planète sauvage) es una película francesa animada de ciencia ficción de 1973 dirigida por el francés René Laloux, es hoy uno de los grandes clásicos de la animación europea. A través de una historia de ciencia ficción, el film nos sumerge en el drama de dos sociedades enfrentadas entre sí, a través de la opresión, y en el incierto destino al que se enfrentan, abocadas a la propia destrucción.

A destacar, además de la trama, la impactante estética que presenta, heredera de los cánones de la época y el lugar en que fue creada.

Fue un film coproducido por Francia y Checoslovaquia y distribuido en Estados Unidos por Roger Corman. Ganó el premio especial del jurado en el Festival internacional de Cannes de 1973. La historia está basada en la novela "Oms en Série", del escritor francés Stefan Wul.

  Link
http://hides.at/85e90afa3f35ccd70f778e1a22f6c8b8
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20110821

Mensajero del futuro / Poul Anderson

Nos conocimos por asuntos de negocios. La firma de Michaels deseaba abrir una sucursal en la parte exterior de Evanston y descubrió que yo era propietario de algunos de los terrenos más prometedores. Me hicieron una buena oferta, pero no cedí; la elevaron y permanecí en mi actitud. Por fin, el director en persona se puso en contacto conmigo. No era en absoluto como me lo esperaba. Agresivo, por supuesto, pero de un modo tan cortés que no ofendía, sus maneras eran tan correctas que difícilmente se advertía su falta de educación formal. De todas formas, estaba remediando con gran rapidez esta carencia con clases nocturnas, cursillos de ampliación y una omnívora lectura.

Salimos para beber algo mientras discutíamos el asunto. Me condujo a un bar que no parecía de Chicago: tranquilo, raído, sin tocadiscos, sin televisión, con un anaquel de libros y varios juegos de ajedrez, sin ninguno de los extravagantes parroquianos que usualmente infestan tales lugares. Fuera de nosotros, había solamente media docena de clientes, un prototipo de profesor egregio entre los libros, varias personas que hablaban de política con cierta objetiva pertinencia, un joven que discutía con el camarero si Bartok era más original que Schoenberg o viceversa. Michaels y yo encontramos una mesa en un rincón y algo de cerveza danesa.

Expliqué que no me interesaba el dinero, y que me oponía a que una excavadora estropease algún campo agradable con el pretexto de erigir todavía otro cromado bloque de casas. Michaels llenó su pipa antes de contestar. Era un hombre delgado y erguido, de pronunciada barbilla y nariz romana, cabello grisáceo, ojos oscuros y luminosos.

—¿No se lo explicó mi representante? —dijo—. No estamos proyectando viviendas en serie para conejos. Tenemos previstos seis diseños básicos, con variaciones, para situar en una disposición... así.

Sacó lápiz y papel y empezó a dibujar. Mientras hablaba, aumentó la inflexión de voz, pero la fluidez persistió. Y supo explicar sus propósitos mejor que sus enviados. Me dijo que estábamos en la mitad del siglo veinte y que, por no ser prefabricado, un núcleo de viviendas dejaba de ser atractivo; podía incluso lograr una unidad artística. Procedió a mostrarme el sistema.
No me presionó con demasiada insistencia, y la conversación se derivó a otros puntos.
—Agradable lugar —observé—. ¿Cómo lo descubrió?
Se encogió de hombros.
—Frecuentemente doy vueltas por ahí, sobre todo de noche. Explorando.
—¿No resulta un poco peligroso?
—No en comparación —dijo con una sombra de temor.
—Uh... Tengo entendido que usted nació aquí...
—No. No llegué a los Estados Unidos hasta 1946. Era lo que llamaban un PD, una persona desplazada. Me convertí en Thad Michaels, porque me cansé de deletrear Tadeusz Michalowski. Y decidí prescindir de sentimentalismos patrioteros. Sé adaptarme con rapidez.

Pocas veces habló acerca de sí mismo. Obtuve posteriormente algunos detalles de su precoz encumbramiento en los negocios a través de admirados y envidiosos competidores. Algunos de ellos no creían aún que fuese posible vender con beneficio una casa con calefacción radiante, por menos de veinte mil dólares. Michaels había descubierto como hacerlo posible. No estaba mal para un pobre inmigrante.
Indagué y descubrí que había sido admitido con visado especial, en consideración a los servicios prestados al ejército de los Estados Unidos en las últimas jornadas de la guerra en Europa. En ellos demostró tanto nervio como perspicacia.

Mientras, nuestro trato se desarrolló. Le vendí el terreno que deseaba, pero continuamos viéndonos, a veces en la taberna, a veces en mi apartamento de soltero, con más frecuencia en su ático a orillas del lago. Tenía una hermosa mujer rubia y un par de hijos brillantes y bien educados. Con todo, era un hombre solitario, por lo que le proporcioné la amistad que necesitaba.

Un año, más o menos, después de nuestro primer encuentro, me contó su historia.

Me había invitado otra vez a cenar el día de acción de gracias. En la sobremesa nos sentamos para hablar. Y hablamos. Después de considerar desde las probabilidades que surgiese una sorpresa en las próximas elecciones de la ciudad hasta las que otros planetas siguieran un curso en su historia idéntico al nuestro, Amalie se excusó y se fue a dormir. Esto ocurrió mucho después de la medianoche. Michaels y yo continuamos hablando. Nunca le había visto tan excitado. Era como si ese último tema, o alguna palabra en particular, le hubiese abierto algo nuevo. Finalmente se levantó, volvió a llenar nuestros vasos de whisky con un movimiento un tanto inseguro, y cruzó la sala de estar silencioso sobre la gruesa alfombra verde hasta la ventana.

La noche era clara y profunda. Desde lo alto contemplamos la ciudad, líneas, tramas y espirales de brillantes colores —rubí, amatista, esmeralda, topacio— y la oscura extensión del lago Michigan; casi parecía que pudiésemos vislumbrar infinitas y blancas llanuras más allá. Pero sobre nosotros se abovedaba el cielo, negro cristal, donde la Osa Mayor se apoyaba en su cola y Orión daba grandes zancadas a lo largo de la Vía Láctea. No veía a menudo un espectáculo tan grandioso y sobrecogedor.
—Después de todo —dijo—, sé de lo que estoy hablando.
Me agité, hundido en mi sillón. El fuego del hogar arrojó pequeñas llamas azules. Una simple lámpara iluminaba la habitación de suerte que podía vislumbrar haces de estrellas también desde la ventana. Me arrellané un poco.
—¿Personalmente?
Se volvió hacia mí. Su rostro estaba rígido.
—¿Qué dirías si te respondiese que sí?
Sorbí mi bebida. Un King's Ransom es una noble y confortante mezcla, en especial cuando la misma Tierra adquiere un aire glacial para entonar.
—Supongo que tienes tus razones y esperaría para ver cuáles son.
Esbozó una media sonrisa.
—No te preocupes, también soy de este planeta —aclaró—. Pero el cielo es tan grande y extraño... ¿No crees que esto afectará a los hombres que vayan allí? ¿No se deslizará dentro de ellos y lo traerán en sus huesos al regresar? ¿La Tierra será la misma después?
—Sigue. Ya sabes que me gustan las fantasías.
Miró fijamente al exterior, luego se volvió, y súbitamente se tragó de un golpe su bebida. Este gesto violento no era propio de él. Pero había traicionado su perplejidad.
—Muy bien, entonces te contaré una fantasía. Es una historia invernal, muy fría, así que quedas advertido para no tomarla en serio —declaró ásperamente.

Di una chupada a mi excelente cigarro y esperé con el silencio que él deseaba.
Paseó unas cuantas veces arriba y abajo ante la ventana, con la vista en el suelo, llenó su vaso de nuevo y se sentó a mi lado. No me miró a mí sino a una pintura que colgaba de la pared, un objeto sombrío e ininteligible que a nadie gustaba. Esto pareció confortarlo, pues comenzó a hablar, rápida y quedamente.

—Dentro de mucho, mucho tiempo en el futuro, existe una civilización. No te la describiré, porque no sería posible. ¿Serías capaz de regresar al tiempo de los constructores de las pirámides egipcias y hablarles de la ciudad en que vivimos? No pretendo decir que te creerían; por supuesto que no lo harían, pero eso es lo de menos. Quiero decir que no comprenderían. Nada de lo que dijeras tendría sentido para ellos. Y la forma en que la gente trabaja, piensa y cree sería aún menos comprensible que esas luces, torres y máquinas. ¿No es así? Si te hablo de habitantes del futuro que viven entre grandes y deslumbradoras energías, o de variables genéticas, de guerras imaginarias, de piedras que hablan, tal vez te hicieras una idea, pero no entenderías nada. Sólo te pido que pienses en los millares de veces que este planeta ha girado alrededor del Sol, en lo profundamente ocultos y olvidados que vivimos, en fin, en que esta civilización piensa según normas tan extrañas que ha ignorado toda limitación de lógica y ley natural, y ha descubierto medios para viajar en el tiempo. El habitante común de esa época (no puedo llamarlo exactamente un ciudadano, cualquier expresión resultaría demasiado vaga), un tipo medio, sabe de un modo vago e indiferente que, milenios atrás, unos individuos semisalvajes fueron los primeros en desintegrar el átomo. Pero uno o dos miembros de esta civilización han estado realmente aquí, han caminado entre nosotros, nos han estudiado, han levantado y unido un archivo de información para el cerebro central, por llamarlo de alguna manera. Nadie más se interesa por nosotros, apenas más de lo que pueda interesarte la primitiva arqueología mesopotámica. ¿Comprendes?

Bajó su mirada hacia el vaso en su mano y la mantuvo allí, como si el whisky fuese un oráculo. El silencio aumentó. Al fin dije:
—Muy bien. En consideración a tu historia, aceptaré la premisa. Imaginaré viajeros en el tiempo, invisibles, dotados de ocultación y demás. Pero no creo que desearan cambiar su propio pasado.
—Oh, no hay peligro en ello —aseguró—. La verdad es que no podrían enterarse de mucho explicando por ahí que venían del futuro. Imagina.
Reí entre dientes.
Michaels me dirigió una mirada sombría.
—¿Puedes adivinar qué aplicaciones puede tener el viaje en el tiempo, aparte de la científica?
—Por ejemplo, el comercio de objetos de arte o recursos naturales. Se puede volver a la época de los dinosaurios para conseguir hierro, antes que el hombre aparezca y agote las minas más ricas —sugerí.
Meneó la cabeza.
—Sigue pensando. ¿Se contentarían con un número limitado de figurillas de Minoan, jarrones de Ming, o enanos de la Hegemonía del Tercer Mundo, destinadas principalmente a sus museos, si es que «museo» no resulta una palabra demasiado inexacta? Ya te he dicho que no son como nosotros. En cuanto a los recursos naturales ya no necesitan ninguno, producen los suyos propios.
Se detuvo, como tomando aliento. Luego agregó:
—¿Cómo se llamaba esa colonia penal que los franceses abandonaron?
—¿La Isla del Diablo?
—Sí, la misma. ¿Puedes imaginar mejor venganza sobre un criminal convicto que abandonarlo en el pasado?
—Pensaba que estarían por encima de cualquier concepto de venganza, o de técnicas de disuasión. Incluso en este siglo, sabemos que no dan resultado.
—¿Estás seguro? —preguntó sosegadamente—. ¿No se da junto con el actual desarrollo de la penalización un incremento paralelo del crimen mismo? Te asombraste, hace algún tiempo, que me atreviese a caminar solo de noche por las calles. Además, el castigo es como una catástasis de la sociedad en su conjunto. En el futuro, te explicarán que las ejecuciones públicas, reducen claramente la proporción de crímenes que, de otro modo, sería aún mayor. Y lo que es más importante, esos espectáculos hicieron posible el nacimiento del verdadero humanitarismo del siglo dieciocho —alzó una sardónica ceja—. O así lo pretenden en el futuro. No importa si tienen razón, o si racionalizan solamente un elemento degradado en su propia civilización. Todo lo que necesitas comprender es que envían a sus peores criminales al pasado.
—Poco amable para con el pasado —comenté.
—No, realmente no. Por una serie de razones, incluyendo el hecho que todo cuanto hacen suceder ha sucedido ya... Nuestro idioma no sirve para explicar estas paradojas. En primer lugar, debes reconocer que no malgastan todo ese esfuerzo en delincuentes comunes. Hay que ser un criminal muy fuera de lo corriente para merecer el exilio en el tiempo. El peor crimen posible, por otra parte, depende de cada momento particular en la historia del mundo. El asesinato, el bandolerismo, la traición, la herejía, la venta de narcóticos, la esclavitud, el patriotismo y todo lo que quieras, en unas épocas han merecido el castigo capital, han sido consideradas en otras con indulgencia, y en otras todavía ensalzados positivamente. Continúa pensando y dime si no tengo razón.

Lo miré por algún tiempo, observando cuán profundamente marcados estaban sus rasgos y pensé que para su edad no debería mostrar tantas canas.
—Muy bien —admití—. De acuerdo. Ahora bien, poseyendo todo ese conocimiento, un hombre del futuro no pretendería...
Dejó el vaso con perceptible fuerza.
—¿Qué conocimiento? —exclamó vivamente—. ¡Utiliza tu cerebro! Imagínate que te han dejado desnudo y solo en Babilonia. ¿Qué sabes de su lenguaje o de su historia? ¿Quién es el actual rey? ¿Cuánto tiempo reinará? ¿Quién lo sucederá? ¿Cuáles son las leyes y costumbres que se deben obedecer? No te olvides que los asirios o los persas o alguien han de conquistar Babilonia. ¿Pero cuándo? ¿Y cómo? ¿Esa guerra es un mero incidente fronterizo o una lucha sin cuartel? En este último caso, ¿ganará Babilonia? De lo contrario, ¿qué condiciones de paz serán impuestas? No encontrarías ahora ni veinte hombres capaces de contestar esas preguntas sin consultar un manual. Y no eres uno de ellos, ni dispones de un manual.
—Creo —dije lentamente—, que me dirigiría al templo más próximo, en cuanto conociese lo suficiente el idioma. Le explicaría al sacerdote que puedo hacer... no sé... fuegos artificiales...
Se rió con escaso júbilo.
—¿Cómo? Acuérdate, estás en Babilonia. ¿Dónde encuentras azufre o salitre? En caso que consigas por medio del sacerdote el material y los utensilios necesarios, ¿cómo compondrás un polvo que haga realmente explosión? Eso es todo un arte, amigo mío. ¿No te das cuenta que ni siquiera podrías obtener un trabajo como estibador? Fregar suelos sería ya mucha suerte. Esclavo en los campos, ese sería tu destino más lógico. ¿No es cierto?
El fuego comenzó a debilitarse.
—Perfectamente —asentí—. Es verdad.
—Escogieron la época con cuidado. —Miró a su espalda, hacia la ventana. Desde nuestros sillones, la reflexión en el cristal borraba las estrellas, de modo que únicamente podíamos ver la noche.
—Cuando un hombre es sentenciado al destierro —explicó—, todos los expertos deliberan para establecer qué períodos, según sus especialidades, serían más apropiados para él. Es fácil comprender que ser abandonado en la Grecia de Homero resultaría una pesadilla para un individuo delicado e intelectual, mientras que uno violento podría pasarlo bastante bien, incluso acabar como un respetado guerrero. Podría encontrar su puesto junto a la antecámara de Agamenón, y tu única condena serían el peligro, la incomodidad y la nostalgia.
Se puso tan sombrío, que intenté calmarlo con una observación seca:
—El convicto tendrá que ser inmunizado contra todas las enfermedades antiguas. En caso contrario, el destierro significaría únicamente una elaborada sentencia de muerte.
Sus ojos me escrutaron nuevamente.
—Sí —dijo—. Y por supuesto el suero de la longevidad está todavía activo en sus venas. Sin embargo, eso no es todo. Se le abandona en un lugar no frecuentado después de oscurecer, la máquina se desvanece, queda aislado para el resto de su vida. Lo único que sabe es que han escogido para él una época con... tales características... que esperan que el castigo se ajustará a su crimen.

El silencio cayó una vez más sobre nosotros, hasta que el tic-tac del reloj sobre la chimenea llegó a ser obsesionante, como si todos los demás sonidos se hubiesen helado hasta extinguirse en el exterior. Di un vistazo a la esfera. La noche terminaba; pronto el este se aclararía.
Cuando me volví, todavía estaba observándome con desconcertante intención.
—¿Cuál fue tu crimen? —pregunté.
No pareció pillarlo de improviso, dijo solamente con hastío:
—¿Qué importa? Te dije que los crímenes de una época son los heroísmos de otra. Si mi intento hubiese tenido éxito, los siglos venideros habrían adorado mi nombre. Pero fracasé.
—Muchas personas debieron resultar perjudicadas —dije—. Todo un mundo te habrá odiado.
—Bien, sí —admitió. Pasó un minuto—. Ni que decir tiene que esto es una fantasía. Para pasar el rato.
—Seguiré tu juego —sonreí.
Su tensión se suavizó un poco. Se inclinó hacia atrás, con las piernas extendidas a través de la magnífica alfombra.
—Sea. Considerando la magnitud de la fantasía que te he contado, ¿cómo has deducido la importancia de mi pretendida culpa?
—Tu vida pasada. ¿Cuándo y dónde fuiste abandonado?
—Cerca de Varsovia, en agosto de 1939 —dijo, con una voz tan helada como jamás he oído.
—No creo que te interese hablar acerca de los años de guerra.
—No, en absoluto.
Sin embargo, prosiguió poco después como para desafiarme:
—Mis enemigos se equivocaron. La confusión que siguió al ataque alemán me ofreció una oportunidar para escapar a la vigilancia de la policía antes que me internasen en un campo de concentración. Gradualmente me enteré de cuál era la situación. Por supuesto, no podía predecir nada. Ni puedo ahora; únicamente los especialistas conocen, o se interesan, por lo que sucedió en el siglo veinte. Pero cuando me convertí en un recluta polaco dentro de las fuerzas alemanas, comprendí quienes serían los vencidos. Me pasé entonces a los americanos, les expliqué lo que había observado, y llegué a trabajar como espía para ellos. Era peligroso, pero no mucho más de lo que había ya superado. Luego vine aquí; el resto de la historia no tiene ningún interés.

Mi cigarro se había apagado. Lo volví a encender, pues cigarros como los de Michaels no se encontraban todos los días. Se los hacía enviar por avión desde Amsterdam.
—La mies ajena —dije.
—¿Qué?
—Ya sabes. Ruth en el exilio. No era que la trataran mal pero, sin embargo, seguía llorando por su patria.
—No conozco esa historia.
—Está en la Biblia.
—Ah, sí. Realmente debería leer la Biblia alguna vez. —Su disposición de ánimo estaba cambiando y volvía hacia su primitiva seguridad. Saboreó su whisky con un gesto casi afable. Su expresión era alerta y confiada.
—Sí —dijo—, ese aspecto fue bastante malo. Las condiciones físicas de vida no influían en ello. Cuando se hace camping, pronto se olvida uno del agua caliente, la luz eléctrica, todos esos utensilios que los fabricantes nos presentan como indispensables. Me gustaría tener un reductor de gravedad o un estimulador celular, pero me lo paso admirablemente sin ellos. La añoranza es lo que más le consume. Las pequeñas cosas que jamás se echaban de menos, algún alimento particular, el modo con que camina la gente, los juegos, los temas de conversación. Incluso las constelaciones. Son diferentes en el futuro. El Sol se ha desplazado bastante de su órbita galáctica. Pero de agrado o por fuerza, siempre hubo emigrantes. Todos nosotros somos descendientes de aquellos que no pudieron soportar la conmoción.

Yo me adapté.
Un ceño cruzó sus cejas.
—Tal como aquellos traidores están dirigiendo las cosas —dijo—, no regresaría ahora aunque me concediesen un indulto total.
Terminé mi bebida, saboreándola todo lo posible, pues era un maravilloso whisky, por lo que le escuché sólo a medias.
—¿Te gusta este mundo?
—Sí —contestó—. Por ahora así es. He superado la dificultad emocional. Mantenerme vivo me ha tenido muy ocupado los primeros años, luego el hecho de establecerme, de venir a este país, nunca me dejó mucho tiempo para compadecerme de mí mismo. Mis negocios me interesan ahora cada vez más, es un juego fascinante y agradablemente libre de castigos exagerados en caso de error. Aquí he descubierto cualidades que el futuro ha perdido... apostaría que no tienes la menor idea de lo exótica que es esta ciudad. Piensa. En este momento, a unos kilómetros de nosotros, hay un soldado de guardia en un laboratorio atómico, un holgazán helándose en un portal, una orgía en el apartamento de un millonario, un sacerdote que se prepara para los ritos del amanecer, un mercader de Arabia, un espía de Moscú, un barco de las Indias...
Su excitación se calmó. Volvió su mirada hacia los dormitorios.
—Y mi esposa y los niños —concluyó, muy suavemente—. No, no regresaría, pase lo que pase.
Di una chupada final a mi cigarro.
—Lo has hecho muy bien.
Liberado de su humor gris, me sonrió burlonamente.
—Comienzo a pensar que te has creído todo ese cuento.
—Naturalmente —aplasté la colilla del cigarro y me levanté, desperezándome—. Es muy triste. Más vale que nos vayamos.
No lo comprendió de inmediato. Cuando lo hizo, saltó de su sillón igual que un gato.
—¿Irnos?
—Por supuesto —saqué una alentadora arma desde mi bolsillo. Se detuvo en un impulso—. En esta clase de asuntos nunca se deja algo al azar. Se hacen revisiones periódicas. Ahora, vamos.
La sangre desapareció de su rostro.
—No —murmuró—, no, no, no puedes, no es justo para Amalie, los niños...
—Eso —le expliqué—, es parte del castigo.
Lo abandoné en Damasco, el año anterior que Tamerlán la saquease.

Poul Anderson
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20110813

Dispositivo Plot

Un joven cineasta obtiene un misterioso dispositivo que libera toda la fuerza del cine en su jardín delantero.

Creado con Magic Bullet Suite 11. Obtenga más información en RedGiant.com / PlotDevice

Ver el "Detrás de las escenas" documentales en: vimeo.com / 24747132

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20110810

Robots de Brixton

Brixton ha degenerado en una zona de Londres habitada por robots construidos y diseñados para llevar a cabo todas las tareas que los humanos ya no están dispuestos a hacer. La población mecánica de Brixton se ha disparado.
La película sigue las tribulaciones de los robots pequeños que sobreviven al borde de la vida de la ciudad y que viven su existencia en un previsible lugar cercado por la pobreza, la desilusión y el desempleo masivo. Cuando la policía invade el espacio que los robots pueden llamar suyo, la relación intensa y tensa entre los dos lados explota en un estallido de violencia haciéndose eco del ocurrido en 1981.

Y por qué no hoy también...

Con el apoyo de
Kibwe Tavares - Dirección, animación, modelado, iluminación, texturingetc ...
David Hoffman - El fotógrafo de los disturbios de Brixton archive.hoffmanphotos.com /
Mourad Bennacer - designsonore.tumblr.com diseñador de sonido /
DJ Hiatus "la gran insurrección" hiatusmusic.net

Para más proyectos supercool
factoryfifteen.com
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20110707

The Archiver


Un piloto, viaja por el espacio, regresa de una misión ...

Un film de Thomas Obrecht, Guillaume Berthoumieu et Marc Menneglier

Promoción ArtFX 2011
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20110625

El Nuevo Acelerador / H. G. Wells

En verdad que si alguna vez un hombre encontró una guinea buscando un alfiler, ese fue mi buen amigo el profesor Gibberne. Yo había oído hablar ya de investigadores que sobrepasaban su objeto; pero nunca hasta el extremo que él lo ha conseguido. Esta vez, al menos, y sin exageración, Gibberne ha hecho un descubrimiento que revolucionará la vida humana.
Y esto le sucedió sencillamente buscando un estimulante nervioso de efecto general para hacer recobrar a las personas debilitadas las energías necesarias en nuestros agitados días.
Yo he probado ya varias veces la droga, y lo único que puedo hacer es describir el efecto que me ha producido. Pronto resultará evidente que a todos aquellos que andan al acecho de nuevas sensaciones les están reservados experimentos sorprendentes.
El profesor Gibberne, como es sabido, es convecino mío en Folkestone. Si la memoria no me engaña, han aparecido retratos suyos, de diferentes edades, en el Strand .Magazine, creo que a fines del año 1899; pero no puedo comprobarlo, porque he prestado el libro a alguien que no me lo ha devuelto. Quizá recuerde el lector la alta frente y las negras cejas, singularmente tupidas que dan a su rostro un aire tan mefistofélico.Ocupa una de esas pequeñas y agradables casas aisladas, de estilo mixto, que dan un aspecto tan interesante al extremo occidental del camino alto de Sandgate. Su casa es la que tiene el tejado Flamenco y el pórtico árabe, y en la pequeña habitación del mirador es donde trabaja cuando se encuentra aquí, y donde nos hemos reunido tantas tardes a fumar y conversar. Su conversación es animadísima; pero también le gusta hablarme acerca de sus trabajos. Es uno de esos hombres que encuentran una ayuda y un estrmulante en la conversación, por lo que a mí me ha sido posible seguir la concepción del Nuevo Acelerador desde su origen. Desde luego, la mayor parte de sus trabajos experimentales no se verifican en Folkestone, sino en Gower Street, en el magnífico y flamante laboratorio continuo al hospital, laboratorio que él ha sido el primero en usar.
Como todo el mundo sabe o por lo menos todas las personas inteligentes, la especialidad en que Gibberne ha ganado una reputación tan grande como merece entre los fisiólogos ha sido en la acción de las medicinas sobre el sistema nervioso. Según me han dicho, no tiene rival en sus conocimientos sobre medicamentos soporíferos, sedantes y anestésicos. También es un químico bastante eminente, y creo que en la sutil y completa selva de los enigmas que se concentran en las células de los ganglios y en las fibras nerviosas ha abierto pequeños claros, ha logrado ciertas elucidaciones que, hasta que él juzgue oportuno publicar sus resultados, seguirán siendo inaccesibles para los demás mortales. Y en estos últimos años se ha consagrado con especial asiduidad a la cuestión de los estimulantes nerviosos, en los que ya había obtenido grandes éxitos antes del descubrimiento del Nuevo Acelerador. La ciencia médica tiene que agradecerle, por lo menos, tres reconstituyentes distintos y absolutamente eficaces, de incomparable utilidad práctica. En los casos de agotamiento, la preparación conocida con el nombre de Jarabe B de Gibberne ha salvado ya más vidas, creo yo, que cualquier bote de salvamento de la costa.
    - Pero ninguna de estas pequeñas cosas me deja todavía satisfecho - me dijo hace cerca de un año -. O bien aumentan la energía central sin afectar a los nervios, o simplemente aumentan la energía disponible, aminorando la conductividad nerviosa, y todas ellas causan un efecto local y desigual. Una vivifica el corazón y las vísceras, y entorpece el cerebro; otra, obra sobre el cerebro a la manera del champaña, y no hace nada bueno para el plexo solar, y lo que yo quiero, y pretendo obtener, si es humanamente posible, es un esti¬mulante que afecte todos los órganos, que vivifique durante cierto tiempo desde la coronilla hasta la punta de los pies, y que haga a uno dos o tres veces superior a los demás hombres. ¿Eh? Eso es lo que yo busco.
    - Pero esa actividad fatigaría al hombre.
    - No cabe duda. Y comería doble o triple, y así sucesivamente. Pero piense usted lo que eso significaría. Imagínese usted en posesión de un frasquito como éste - y alzó una botellita de cristal verde, con la que subrayó sus frases -, y que en este precioso frasquito se encuentra el poder de pensar con el doble de rapidez, de moverse con el doble de celeridad, de realizar un trabajo doble en un tiempo dado de lo que sería posible de cualquier otro modo.
    -¿Pero es posible conseguir una cosa así?
    - Yo creo que sí. Si no lo es, he perdido el tiempo durante un año. Estas diversas preparaciones de los hipofosfitos, por ejemplo, parecen demostrar algo como eso. Aun si sólo se tratara de acelerar la vitalidad con un ciento por ciento esto lo conseguiría.
    -Puede que sí- dije yo.
    - Si usted fuera por ejemplo, un gobernante que se encontrara ante una grave situación y tuviera que tomar una decisión urgente, con los minutos contados. ¿qué le parece...?
    - Se podría suministrar una dosis al secretario particular- dije yo.
    - Ganaría usted... la mitad del tiempo. O suponga usted, por ejemplo, que quiere acabar un libro.
    - Por regla general - dije yo- suelo desear no haberlos empezado nunca.
    - O un médico que quiere reflexionar rápidamente ante un caso mortal. O un abogado... o un hombre que quiere ser aprobado en un examen.
    - Para esos hombres valdría una guinea cada gota, o más- dije yo.
    - También en un duelo- dijo Gibberne -, en donde todo depende de la rapidez en oprimir el gatillo.
    - O en manejar la espada- añadí yo.
    - Mire usted -dijo Gibberne -: si lo consigo gracias a una droga de efecto general, esto no causará ningún daño, salvo que puede hacerlo envejecer más pronto en un grado infinitesimal. Y habrá vivido el doble que los demás.
    - Oiga - dije yo, reflexionando -: ¿sería eso leal en un duelo? - Esa es una cuestión que deberán resolver los padrinos - repuso Gibberne.
    -¿Y realmente cree usted que eso es posible? - repetí, volviendo a preguntas específicas.
    - Tan posible - repuso Gibberne, lanzando una mirada a algo que pasaba vibrando por delante de la ventana- como un autobús. A decir verdad...
Se detuvo, sonrió sagazmente y dio unos golpecitos en el borde de la mesa con el frasquito verde.
- Creo que conozco la droga... He obtenido ya algo prometedor, terminó.
La nerviosa sonrisa de su semblante traicionaba la verdad de su revelación. Gibberne hablaba raramente de sus trabajos experimentales a no ser que se hallara muy cerca del triunfo.
    - Y puede ser..., puede ser..., no me sorprendería..., que la vitalidad resultara más que duplicada.
    - Eso será una cosa enorme - aventuré yo. - Será, en efecto, una cosa enorme- repitió él. Pero, a pesar de todo, no creo que supiera por completo lo enorme que iba a ser aquello.
    Recuerdo que después hablamos varias veces acerca de la droga. Gibberne la llamaba el Nuevo Acelerador, y cada vez hablaba de ella con más confianza. A veces hablaba nerviosamente de los resultados fisiológicos inesperados que podría producir su uso, y entonces se mostraba francamente mercantil, y teníamos largas y apasionadas discusiones sobre la manera de dar a la preparación un giro comercial.
    - Es una cosa buena - decía Gibberne -, una cosa estupenda. Yo sé que voy a dotar al mundo de algo valioso, y creo que no deja de ser razonable esperar que el mundo la pague. La dignidad de la ciencia es una cosa muy bonita; pero de todos modos, me parece que debo reservarme el monopolio de la droga durante unos diez años, por ejemplo. No veo la razón de que todos los goces de la vida les estén reservados a los tratantes de jamones.
El interés que yo mismo sentía por la droga esperada no decayó, en verdad, con el tiempo. Siempre he tenido una rara propensión a la metafísica. Siempre ha sido aficionado a las paradojas sobre el espacio y el tiempo, y me parecía que, en realidad, Gibberne preparaba nada menos que la aceleración absoluta de la vida. Supóngase un hombre que se dosificara repetidamente con semejante preparación: este hombre viviría, en efecto, una vida activa y única; pero sería adulto a los once años, de edad madura a los veinticinco, y a los treinta emprendería el camino de la decrepitud senil.
Hasta este punto se me figuraba que Gibberne sólo iba a procurar a todo el mundo el que tomara su droga exactamente lo mismo que lo que la Naturaleza ha procurado a los judíos y a los orientales, que son hombres a los quince años y ancianos a los cincuenta, y siempre más rápidos que nosotros en el pensar y en obrar. Siempre me ha maravillado la acción de las drogas; por medio de ellas se puede enloquecer a un hombre, calmarle, darle una fortaleza y una vivacidad increíbles, o convertirle en un leño impotente, activar esta pasión o moderar aquella; y ¡ahora venía a añadirse un nuevo milagro a este extraño arsenal de frascos que utilizan los médicos! Pero Gibberne estaba demasiado atento a los puntos técnicos para que penetrara mucho en mi aspecto de la cuestión.
Fue el siete o el ocho de agosto cuando me dijo que la destilación que decidiría su fracaso o su éxito temporal se estaba verificando mientras nosotros hablábamos, y el día diez cuando me dijo que la operación estaba terminada y que el Nuevo Acelerador era una realidad palpable. Este día lo encontré cuando subía la cuesta de Sandgate, en dirección de Folkestone (creo que iba a cortarme el pelo); Gibberne vino a mi encuentro apresuradamente, y supongo que se diri¬gía a mi casa para comunicarme en el acto su éxito. Recuerdo que los ojos le brillaban de una manera insólita en la cara acalorada, y hasta noté la rápida celeridad de sus pasos.
    - Es cosa hecha - gritó, agarrándome la mano y hablando muy de prisa -. Más que hecha. Venga a mi casa a verlo.
    - ¿De verdad? - ¡De verdad! - gritó -. ¡Es increíble. Venga a verlo. - ¿Pero produce... el doble:?
    - Más, mucho más. Me he espantado. Venga a ver la droga. ¡Pruébela! ¡Ensáyela! Es la droga más asombrosa del mundo. Me aferró el brazo, y marchando a un paso tal que me obligaba a ir corriendo, subió conmigo la cuesta, gritando sin cesar. Todo un ómnibus de excursionistas se volvió a mirarnos al unísono, a la manera que lo hacen los ocupantes de estos vehículos. Era uno de esos días calurosos y claros que tanto abundan en Folkestone; todos los colores brillaban de manera increíble, y todos los contornos se recortaban con rudeza. Hacía algo de aire, desde luego; pero no tanto como el que necesitaría para refrescarme y calmarme el sudor en aquellas condiciones. Jadeando, pedí misericordia.
- No andaré muy de prisa, ¿verdad? - exclamó Gibberne, reduciendo su paso
a una marcha todavía rápida. -¿Ha probado usted ya esa droga? - dije yo, soplando.
- No. A lo sumo una gota de agua que quedaba en un vaso que enjuagué para quitar las últimas huellas de la droga. Anoche sí la tomé, ¿sabe usted? Pero eso ya es cosa pasada.
-¿Y duplica la actividad? - pregunté yo al acercarme a la entrada de su casa, sudando de una manera lamentable.
-¡La multiplica mil veces, muchos miles de veces! - exclamó Gibberne con un gesto dramático, abriendo violentamente la ancha cancela de viejo roble tallado.
-¿Eh?- dije yo, siguiéndole hacia la puerta.
    - Ni siquiera sé cuántas veces la multiplica - dijo Gibberne con el llavín en la mano.
    -¿Y usted...?
    - Esto arroja toda clase de luces sobre la fisiología nerviosa; da a la teoría de la visión una forma enteramente nueva... ¿Sabe Dios cuántos miles de veces? Ya lo veremos después. Lo importante ahora es ensayarla droga.
    -¿Ensayar la droga?- exclamé yo mientras seguíamos el corredor.
    - ¡Claro! - dijo Gibberne, volviéndose hacia mí en su despacho -. ¡Ahí está, en ese frasco verde! ¡A no ser que tenga usted miedo!
    Yo soy, por naturaleza, un hombre prudente, sólo intrépido en teoría. Tenía miedo; pero, por otra parte, me dominaba el amor propio.
    - Hombre - dije, cavilando -, ¿dice usted que la ha probado? - Sí; la he probado - repuso -, y no parece que me haya hecho dañe, ¿verdad? Ni siquiera tengo mal color, y, por el contrario, siento...
    - Venga la poción - dije yo, sentándome -. Si la cosa sale mal, me ahorraré el cortarme el pelo, que es, a mi juicio, uno de los deberes más odiosos del hombre civilizado. ¿Cómo toma usted la mezcla:'
    - Con agua - repuso Gibberne, poniendo de golpe una botella encima de la mesa.
    Se hallaba en pie, delante de su mesa, y me miraba a mí, que estaba sentado en el sillón; sus modales adquirieron de pronto cierta afectación de especialista.
    - Es una droga singular, ¿sabe usted?- dijo. Yo hice un gesto con la mano, y él continuó:
    - Debo advertirle, en primer lugar, que en cuanto la haya usted bebido, cierre los ojos y no los abra hasta pasado un minuto o algo así, y eso con mucha precaución. Se sigue viendo. El sentido de la vista depende de la duración de las vibraciones, y no de una multitud de choques; pero si se tienen los ojos abiertos, la retina recibe una especie de sacudida, una desagradable confusión vertiginosa. Así que téngalos cerrados.
    -Bueno; los cerraré.
    - La segunda advertencia es que no se mueva. No empiece usted a andar de un lado para otro, puede darse algún golpe. Recuerde que irá usted varios miles de veces más de prisa que nunca; el corazón, los pulmones, los músculos, el cerebro, todo funcionará con esa rapidez, y puede usted darse un buen golpe sin saber cómo. Usted no notará nada, ¿sabe usted? Se sentirá lo mismo que ahora. Lo único que le pasará es que parecerá que todo se mueve muchos miles de veces más despacio que antes. Por eso resulta la cosa tan rara.
-¡Dios mío! - dije yo -. ¿Y pretende usted...? - Ya verá usted - dijo él, alzando un cuentagotas. Echó una mirada al material de la mesa, y añadió:
- Vasos, agua, todo está listo. No hay que tomar demasiado en el primer
ensayo. El cuentagotas absorbió el precioso contenido del frasco.
    - No se olvide de lo que le he dicho - dijo Gibberne, vertiendo las gotas en un vaso de una manera misteriosa -. Permanezca sentado con los ojos herméticamente cerrados y en una inmovilidad absoluta durante dos minutos. Luego me oirá usted hablar.
    Añadió un dedo de agua a la pequeña dosis de cada vaso.
    - A propósito - dijo -: no deje usted el vaso en la mesa. Téngalo en la mano, descansando ésta en la rodilla. Sí; eso es, Y ahora... Gibberne alzó su vaso.
- ¡Por el Nuevo Acelerador! - dije yo. - ¡Por el Nuevo Acelerador! - repitió él.
Chocamos los vasos y bebimos, e instantáneamente cerré los ojos. Durante un intervalo indefinido permanecí en una especie de nirvana. Luego oí decir a Gibberne que me despertara, me estremecí, y abrí los ojos. Gilbberne seguía en pie en el mismo sitio, y todavía tenía el vaso en la mano. La única diferencia era que éste estaba vacío. - ¿Qué?- dije yo.
-¿No nota nada de particular?
- Nada. Si acaso, una ligera sensación de alborozo. Nada más. -¿Y ruidos?
- Todo está tranquilo - dijo yo -. ¡Por Júpiter, sí! Todo está tranquilo, salvo este tenue Pat-pat, pat-,bat, como el ruido de la lluvia al caer sobre objetos diferentes. ¿Qué es eso?
- Sonidos analizados- creo que me respondió; pero no estoy seguro.
Lanzó una mirada a la ventana y exclamó:
-¿Ha visto usted alguna vez delante de una ventana una cortina tan inmóvil como esa?
Seguí la dirección de su mirada y vi el extremo de la cortina, como si se hubiera quedado petrificada con una punta en el aire en el momento de ser agitada vivamente por el viento.
-No - dije yo -; es extraño.
-¿Y esto?- dijo Gibberne, abriendo la mano que tenía el vaso. Como es natural, yo me sobrecogí, esperando que el vaso se rompería contra el suelo. Pero. lejos de romperse, ni siquiera pareció moverse; se mantenía inmóvil en el aire
- En nuestras latitudes- dijo Gibberne-, un objeto que cae recorre, hablando en general, cinco metros en el primer segundo de su caída. Este vaso está cayendo ahora a razón de cinco metros por segundo. Lo que sucede, ¿sabe usted?, es que todavía no ha transcurrido una centésima de segundo. Esto puede darle una idea de la actividad vital que nos ha dado mi Acelerador.
Y empezó a pasar la mano por encima, por debajo y alrededor del vaso, que caía lentamente. Por último, lo cogió por el fondo, lo atrajo hacia sí y lo colocó con mucho cuidado sobre la mesa.
-¿Eh?- dijo riéndose.
    - Esto me parece magnífico- dije yo, y empecé a levantarme del sillón con gran cautela. Yo me encontraba perfectamente, muy ligero y a gusto y lleno de absoluta confianza en mí mismo. Todo mi ser funcionaba muy de prisa.
    Mi corazón, por ejemplo, latía mil veces por segundo; pero esto no me causaba el menor malestar. Miré por la ventana: un ciclista inmóvil con la cabeza inclinada sobre los manubrios y una nube inerte de polvo tras la rueda posterior trataba de alcanzar a un ómnibus lanzado al galope, que no se movía. Yo me quedé con la boca abierta ante este espectáculo increíble.
    - Gibberne - exclamé -, ¿cuánto tiempo durará esta maldita droga ~ - ¡Dios sabe! - repuso él -. La última vez que la tomé me acosté, y se me pasó durmiendo. Le aseguro que estaba asustado. En realidad, debió de durarme unos minutos, que me parecíeron horas. Pero en poco rato creo que el efecto disminuye de una manera bastante súbita.
Yo estaba orgulloso de observar que no estaba asustado, debido, tal vez, a que éramos dos los expuestos. -¿Por qué no salir a la calle? - pregunté yo. -¿Por qué no:'
-La gente se fijará en nosotros. .
- De ningún modo. ¡Gracias a Dios! Fíjese usted en que iremos mil veces más de prisa que el juego de manos más rápido que se haya hecho nunca. ¡Vamos! ¿Por dónde salimos? ¿Por la ventana o por la puerta?
Salimos por la ventana.
Seguramente, de todos los experimentos extraños que yo he hecho o imaginado nunca, o que he leído que habían hecho o imaginado otros, esta pequeña incursión que hice con Gibberne por el parque de Folkestone ha sido el más extraño y el más loco de todos.
Por la puerta del jardín salimos a la carretera, y allí hicimos un minuciosos examen del tráfico inmovilizado. El remate de las ruedas y algunas de las patas de los caballos del ómnibus, así como la punta del látigo y la mandíbula inferior del cochero, que en ese preciso instante se puso a bostezar, se movían perceptiblemente; pero el resto del pesado vehículo parecía inmóvil y absolutamente silencioso, excepto un tenue ruido que salía de la garganta de un hombre. ¡Y este edificio petrificado estaba ocupado por un cochero, un guía y once viajeros! El efecto de esta inmovilidad mientras nosotros caminábamos, empezó por parecernos locamente extraño y acabó por ser desagradable.
Veíamos a personas como nosotros, y, sin embargo, diferentes, petrificadas en actitudes descuidadas, sorprendidas a la mitad de un gesto. Una joven y un hombre se sonreían mutuamente, con una sonrisa oblicua que amenazaba hacerse eterna; una mujer con una pamela de amplias alas apoyaba el brazo en la barandilla del coche y contemplaba la casa de Gibberne con la impávida mirada de la eternidad; un hombre se acariciaba el bigote como una figura de cera, y otro extendía una mano lenta y rígida, con los dedos abiertos, hacia el sombrero, que se le escapaba. Nosotros los mirábamos, nos reíamos de ellos y les hacíamos muecas; luego nos inspiraron cierto desagrado, y dando media vuelta, atravesamos el camino por delante del ciclista dirigiéndonos al parque.
- ¡Cielo santo! - exclamó de pronto Gibberne-. ¡Mire!
Delante de la punta de su dedo extendido, una abeja se deslizaba por el aire batiendo lentamente las alas y a la velocidad de un caracol excepcionalmente lento.
A poco llegamos al parque. Allí, el fenómeno resultaba todavía más absurdo. La banda estaba tocando en el quiosco, aunque el ruido que hacía era para nosotros como el de una quejumbrosa carraca, algo así como un prolongado suspiro, que tantas veces se convertía en un sonido análogo al del lento y apagado tic tac de un reloj monstruoso. Personas petrificadas, rígidas, se hallaban en pie, y maniquíes extraños, silenciosos, de aire fatuo, permanecían en actitudes inestables, sorprendidos en la mitad de un paso durante su paseo por el césped. Yo pasé junto a un perrito de lanas suspendido en el aire al saltar, y contemplé el lento movimiento de sus patas al caer a tierra.
-¡Oh, mire usted! - exclamó Gibberne. Y nos detuvimos un instante ante un magnífico personaje vestido con un traje de franela blanca y rayas tenues, con zapatos blancos y sombrero panamá, que se volvía a guiñar el ojo a dos damas con vestidos claros que habían pasado a su lado. Un guiño, estudiado con el detenimiento que nosotros podíamos permitirnos, es una cosa muy poco atrayente. Pierde todo carácter de viva alegría, y se observa que el ojo que se guiña no se cierra por completo, y que bajo el párpado aparece el borde inferior del globo del ojo como una tenue línea blanca.
    - ¡Como el Cielo me conceda memoria - dije yo - nunca volveré a guiñar el ojo!
    - Ni a sonreír - añadió Gibberne con la mirada fija en los dientes de las damas.
    - Hace un calor infernal - dije yo -. Vayamos más despacio. - ¡Bah! ¡Sigamos! - dijo Gibberne.
Nos abrimos camino por entre las sillas de la avenida. Muchas de las personas sentadas en las sillas parecían bastante naturales en sus actitudes pasivas; pero la faz contorsionada de los músicos no era un espectáculo tranquilizador. Un hombre pequeño, de cara purpúrea, estaba petrificado a la mitad de una lucha violenta por doblar un periódico, a pesar del viento. Encontrábamos muchas pruebas de que todas las gentes desocupadas estaban expuestas a una brisa considerable, que, sin embargo, no existía por lo que a nuestras sensaciones se refería. Nos apartamos un poco de la muchedumbre y nos volvimos a contemplarla.
El espectáculo de toda aquella multitud convertida en un cuadro, con la rígida inmovilidad de figuras de cera, era una maravilla inconcebible. Era absurdo, desde luego; pero me llenaba de un sentimiento exaltado, irracional, de superioridad. ¡lmaginaos qué portento! Todo lo que yo había dicho, pensado y hecho desde que la droga había empezado a actuar en mi organismo había sucedido, en relación con aquellas gentes y con todo el mundo en general, en un abrir y cerrar de ojos.
    - El Nuevo Acelerador... - empecé yo; pero Gibberne me interrumpió.
    - Ahí está esa vieja infernal. -¿Qué vieja?
  - Una que vive junto a mi casa. Tiene un perro faldero que no hace más que ladrar. ¡Cielos! ¡La tentación es irresistible!
Gibberne tiene a veces arranques infantiles, impulsivos. Antes que yo pudiera discutir con él, arrancaba al infortunado animal de la existencia visible y corría velozmente con él hacia el barranco del parque. Era la cosa más extraordinaria. El pequeño animal no ladró, no se debatió ni dio la más ligera muestra de vitalidad. Se quedó completamente rígido, en una actitud de reposo soñoliento, mientras Gibberne lo llevaba cogido por el cuello. Era como si fuera corriendo con un perro de madera.
-¡Gibberne! - grité yo -. ¡Suéltelo!
Luego dije alguna otra cosa y volví a gritarle: -Gibberne, si sigue usted corriendo así, se le va a prender fuego la ropa- ya se le empezaba a chamuscar el pantalón.
Gibberne dejó caer su mano en el muslo y se quedó vacilando al borde del barranco.
    - Gibberne - grité yo, corriendo tras él -. Suéltelo. ¡Este calor es excesivo! ¡Es debido a nuestra velocidad! ¡Corremos a tres o cuatro kilómetros por segundo! ... ¡Y el frotamiento del aire! ...
    - ¿Qué? - dijo Gibberne, mirando al perro.
    - El frotamiento del aire! - grité yo -. El frotamiento del aire. Vamos demasido aprisa. Parecemos aerolitos. Es demasiado calor. ¡Gibberne! ¡Gibberne! Siento muchos pinchazos y estoy cubierto de sudor. Se ve que la gente se mueve ligeramente. ¡Creo que la droga se disipa! Suelte ese perro.
    -¿Eh? - dijo él.
    - La droga se disipa - repetí yo -. Nos estamos abrasando, y la droga se disipa. Yo estoy empapado de sudor.
    Gibberne se quedó mirándome. Luego miró a la banda, cuyo lento carraspeo empezaba en verdad a acelerarse. Luego, describiendo con el brazo una curva tremenda, arrojó a lo lejos al perro que se elevó dando vueltas, inanimado aún, y cayó, al fin, sobre las sombríllas de un grupo de damas que conversaban animadamente. Gibberne me cogió del codo.
    - ¡Por Júpiter! - exclamó -. Me parece que sí se disipa. Una especie de picor abrasador. . sí. Ese hombre está moviendo el pañuelo de una manera perceptible. Debemos marcharnos de aquí rápidamente.
Pero no pudimos marcharnos con bastante rapidez. ¡Y quizá fuera una suerte! Pues, de lo contrario, hubiéramos corrido, y si hubiéramos corrido, creo que nos hubiésemos incendiado. ¡Es casi seguro que nos hubiésemos prendido fuego! Ni Gibberne ni yo habíamos pensado en eso, ¿sabe usted?... Pero antes que hubiéramos echado a correr, la acción de la droga había cesado. Fue cuestión de una ínfima fracción de segundo. El efecto del Nuevo Acelerador cesó como quien corre una cortina, se desvaneció durante el movimiento de una mano. Oí la voz de Gibberne muy alarmada: - Siéntese - exclamó.
- Yo me dejé caer en el césped, al borde del prado, abrasando el suelo. Todavía hay un trozo de hierba quemada en el sitio en que me senté. Al mismo tiempo, la paralización general pareció cesar; las vibraciones desarticuladas de la banda se unieron precipitadamente en una ráfaga de música; los paseantes pusieron el pie en el suelo y continuaron su camino; los papeles y las banderas empezaron a agitarse; las sonrisas se convirtieron en palabras; el personaje que había empezado el guiño lo terminó y prosiguió su camino satisfecho, y todas las personas sentadas se movieron y hablaron.
El mundo entero había vuelto a la vida y empezaba a marchar tan de prisa como nosotros, o, mejor dicho, nosotros no íbamos ya más de prisa que el resto del mundo.
Era como la reducción de la velocidad de un tren al entrar en una estación. Durante uno o dos segundos, todo me pareció que daba vueltas, sentí una ligerísima náusea, y eso fue todo. ¡Y el perrito, que parecía haber quedado suspendido un momento en el aire cuando el brazo de Gibberne le imprimió su velocidad, cayó con súbita celeridad a través de la sombrilla de una dama.
Esto fue nuestra salvación. Excepto un anciano corpulento, que estaba sentado en una silla y que ciertamente se estremeció al vernos, luego nos miró varias veces con gran desconfianza y me parece que acabé por decir algo a su enfermera acerca de nosotros, no creo que ni una sola persona se diera cuenta de nuestra súbita aparición. ¡Plop! Debimos de llegar allí bruscamente. Casi en el acto dejamos de chamuscarnos, aunque la hierba que había debajo de mí desprendía un calor desagradable. La atención de todo el mundo (incluso la de la banda de la .Asociación de Recreos, que por primera vez tocó desafinada-mente) había sido atraída por el hecho pasmoso, y por el ruido todavía más pasmoso de los ladridos y la gritería que se originó de que un perro faldero gordo y respetable, que dormía tranquilamente del lado Este del quiosco de la música, había caído súbitamente a través de la sombrilla de una dama que se encontraba en el lado opuesto, llevando los pelos ligeramente chamuscados a causa de la extrema velocidad de su viaje a través del aire. ¡Y en estos días absurdos, en que todos tratamos de ser todo lo psíquicos, lo cándidos y lo supersticiosos que sea posible! La gente se levantó atropelladamente, tirando las sillas, y el guardia del parque acudió. Ignoro cómo se arreglaría la cuestión; estábamos demasiado deseosos de desligarnos del asunto y de rehuir las miradas del anciano de la silla para entretenernos en hacer minuciosas investigaciones. En cuanto estuvimos lo suficientemente fríos y nos recobramos de nuestro vértigo, nuestras náuseas y nuestra confusión de espíritu, nos levantamos, y bordeando la muchedumbre, dirigimos nuestros pasos por el camino del hotel de la metrópoli hacia la casa de Gibberne.  Pero entre el tumulto oí muy dis-tintamente al caballero que estaba sentado junto a la dama de la sombrilla rota, que dirigía amenazas e insultos injustificados a uno de los inspectores de las sillas.
- Si usted no ha tirado el perro - le decía -, ¿quién ha sido?
El súbito retorno del movimiento y del ruido familiar, y nuestra natural ansiedad acerca de nosotros mismos (nuestras ropas estaban todavía terriblemente calientes, y la parte delantera de los pantalones blancos de Gibberne estaba chamuscada y ennegrecida), me impidieron hacer sobre todas estas cosas las minuciosas observaciones que hubiera querido. En realidad no hice ninguna observación de algún valor científico sobre este retorno. La abeja, desde luego, se había marchado. Busqué al ciclista con la mirada; pero ya se había perdido de vista cuando nosotros llegamos al camino alto de Sandgate, o quizá nos lo ocultaban los carruajes; sin embargo, el ómnibus de los viajeros, con todos sus ocupantes vivos y agitados ya, marchaba a buen paso cerca de la iglesia próxima.
A1 entrar en la casa observamos que el antepecho de la ventana por donde habíamos saltado al salir estaba ligeramente chamuscado, que las huellas de nuestros pies en la grava del sendero eran de una profundidad insólita.
Este fue mi primer experimento del Nuevo Acelerador. Prácticamente habíamos estado corriendo de un lado a otro, y diciendo y haciendo toda clase de cosas, en el espacio de uno o dos segundos de tiempo. Habíamos vivido media hora mientras la banda había tocado dos compases. Pero el efecto causado en nosotros fue que el mundo entero se había detenido, para que nosotros lo examináramos a gusto. Teniendo en cuenta todas las cosas, y particularmente nuestra temeridad al aventurarnos fuera de la casa, el experimento pudo muy bien haber sido mucho más desagradable de lo que fue. Demostró, sin duda, que Gibberne tiene mucho que aprender aún antes que su preparación sea de fácil manejo; pero su viabilidad quedó demostrada ciertamente de una manera indiscutible.
Después de esta aventura, Gibberne ha ido sometiendo constantemente a control el uso de la droga, y varias veces, y sin ningún mal resultado, he tomado yo bajo su dirección dosis medidas, aunque he de confesar que no me he vuelto a aventurar a salir a 1a calle mientras me encuentro bajo su efecto. Puedo mencionar, por ejemplo, que esta historia ha sido escrita bajo su influencia, de un tirón y sin otra interrupción que la necesaria para tomar un poco de chocolate. La empecé a las seis y veinticinco, y en este momento mi reloj marca la media y un minuto. La comodidad de asegurarse una larga e ininterrumpida cantidad de trabajo en medio de un día lleno de compromisos, nunca podría elogiarse demasiado.
Gibberne está trabajando ahora en el manejo cuantitativo de su preparación, teniendo siempre en cuenta sus distintos efectos en tipos de diferente constitución. Luego espera descubrir un Retardador para diluir la potencia actual, más bien excesiva, de su droga. El Retardador, como es natural, causará el efecto contrario al Acelerador. Empleado solo, permitirá al paciente convertir en unos segundos muchas horas de tiempo ordinario, y conservar así una inacción apática, una fría ausencia de vivacidad, en un ambiente muy agitado o irritante. Juntos los dos descubrimientos, han de originar necesariamente una completa revolución en la vida civilizada, éste será el principio de nuestra liberación del Vestido del Tiempo, de que habla Garlyle. Mientras, este Acelerador nos permitirá concentrarnos con formidable potencia en un momento u ocasión que exija el máximo rendimiento de nuestro vigor y nuestros sentidos, el Retardador nos permitirá pasar en tranquilidad pasiva las horas de penalidad o de tedio. Quizá pecaré de optimista respecto al Retardador, que en realidad. no ha sido descubierto aún; pero en cuanto al Acelerador, no hay ninguna duda posible. Su aparición en el mercado en forma cómoda, controlable y asimilable es cosa de unos meses. Se le podrá adquirir en todas las farmacias y droguerías, en pequeños frascos verdes, a un precio elevado, pero de ningún modo excesivo si se consideran sus extraordinarias cualidades. Se llamará Acelerador Nervioso de Gibberne, y éste espera hallarse en condiciones de facilitará en tres distintas potencias: una de doscientos, otra de novecientos y otra de mil grados, y se distinguirán por etiquetas amarilla, rosa y blanca, res¬pectivamente.
No hay duda de que su uso hace posible un gran número de cosas extraordinarias, pues, desde luego, pueden efectuarse impunemente los actos más notables y hasta quizá los más criminales, escurriéndose de este modo, por decirlo así, a través de los intersticios del tiempo. Como todas las preparaciones potentes, ésta sería susceptible de abuso.
No obstante, nosotros hemos discutido a fondo este aspecto de la cuestión, y hemos decidido que eso es puramente un problema de jurisprudencia médica completamente al margen de nuestra jurisdicción. Nosotros fabricaremos y venderemos el Acelerador, y en cuanto a las consecuencias..., ya veremos.

Herbert George Wells.
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20110608

El arte conceptual de Linterna Verde

No hay duda que el arte conceptual previo a la realización de cualquier película de ciencia ficción es de por sí un espectáculo aparte digno de disfrutar como un entremés bien sazonado. Para Linterna Verde o Green Lantern el director Martin Campbell, junto a los guionistas Greg Berlanti, Marc Guggenheim y Michael Green están trabajando en la adaptación del emblemático personaje de DC , a quien dará vida el actor Ryan Reynolds.Para ello lo primero es hallar el punto visual de la peli ya que muchas secuencias y personajes son generados por computador.
Si hasta hace poco se sabía que Peter Sarsgaard iba a dar vida al villano Hector Hammond, y que Mark Stronghoy interpretaría a Sinestro, hace menos ha aparecido el primer Concept Art de la película.
'Linterna verde' se inspira en el popular personaje de DC, miembro a su vez de la Liga de la Justicia. El origen del personaje se basa en que cada sector del espacio está protegido por un linterna verde, quien posee un anillo del poder que usa su energía verde para llevar a cabo cualquier cosa imaginable más allá de todo poder e imaginación.
Cuando el Linterna Verde asignado a este sector del espacio se encuentra muriendo en el planeta Tierra, le pide al anillo que le busque un sucesor. El elegido es el piloto acrobático Hal Jordan, quien, sin saberlo, acaba de encontrar un nuevo oficio totalmente inesperado.
Sin duda luego de ver las imágenes usted estará esperando con ansias su estreno.
Aquí les dejo el trailer más interesante sobre la película
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20110529

Ghost in the Shell






Ghost in the Shell es un manga de ciencia ficción creado por Masamune Shirow.
La historia ha progresado con dos mangas más (Ghost in the Shell 2: Man/Machine Interface y Ghost in the Shell 1.5: Human-Error Processor), además de dos películas animadas (Ghost in the Shell y Ghost in the Shell 2: Innocence), una serie de televisión con dos temporadas (Ghost in the Shell: Stand Alone Complex y Ghost in the Shell: S.A.C. 2nd GIG), un OVA (Ghost in the Shell: S.A.C. Solid State Society) y tres videojuegos. Cada obra tiene una línea argumental libre.
Ambientada en el siglo XXI, Ghost in the Shell se presenta en una primera lectura como un thriller futurista de espionaje, al narrar las misiones de Motoko Kusanagi, la Mayor a cargo de las operaciones encubiertas de la Sección Policial de Seguridad pública 9 o simplemente «Sección 9», especializada en crímenes tecnológicos. La misma Kusanagi es un cyborg, un cerebro humano en un cuerpo artificial, lo que le permite ser capaz de realizar hazañas sobrehumanas especialmente requeridas por su labor.
La ambientación de Ghost in the Shell es innegablemente cyberpunk y nos recuerda a la famosa Trilogía del Sprawl de William Gibson. Sin embargo, a diferencia de Gibson, Shirow se interesa más en las consecuencias éticas y filosóficas de la popularización de la unión entre hombre y máquina, el desarrollo de la inteligencia artificial y una red de computadoras omnipresente, temas enfocados en especial a la identidad del ser humano y lo particular de su existencia. El manga trata más extensamente estos temas, pues Kusanagi y sus colegas se enfrentan tanto a peligros y acertijos externos como a conflictos internos acerca de su propia naturaleza, debido a que son más máquinas que seres humanos.
El tema principal del manga (y la única historia presente en la película) es la persecución de un criminal de los medios electrónicos, conocido como el Puppet Master (el Titiritero, en la traducción española)1 , y cuya identidad se desconoce. El Puppet Master ha cometido varios crímenes con un único modus operandi: el ghost hacking, que consiste en irrumpir y tomar control de la mente de un ser humano. Al desvelar el misterio del Puppet Master, los agentes de la Sección 9 comprenden que no se trata de un criminal común y corriente, sino de un proyecto de inteligencia artificial autónoma que pertenece al gobierno, el mismo gobierno al que la Sección 9 presta servicios, y se ha fugado a la espera de un cuerpo de verdad y una identidad humana. Si bien en principio Kusanagi se muestra escéptica, finalmente cede para que el Puppet Master se una a su conciencia y comparta su cuerpo, lo que hace con la intención de sacar a relucir aún más dudas acerca de la naturaleza de la identidad humana, en un mundo donde la conciencia humana ya no es algo tan particular.
El manga es conocido por la gran cantidad de notas al pie de página y comentarios del propio Shirow, tanto del contexto socio-tecnológico como político de la obra.

Tema sugerido por Gabrielacus y documentado por Wikipedia.
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20110526

Goliat

Un genuino divertimento ecológico en CG con todo el influjo del Steampunk. Nada espectacular pero interesante.


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20110522

WhiteRose 3D animation

Un poco de gráficos y música de origen japonés para entretenernos.
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20110510

Coto de caza / Philip K. Dick

El profesor Anthony Douglas se arrellanó en su butaca de cuero rojo y suspiró. Un largo suspiro, mientras se quitaba laboriosamente los zapatos con gran aparato de gruñidos y los enviaba de una patada a un rincón. Enlazó las manos bajo su oronda tripa y se reclinó, con los ojos cerrados.
—¿Cansado? —preguntó Laura Douglas. Apartó la visto por un momento de la cocina y le miró con ternura.
—No lo sabes bien.
Douglas inspeccionó el periódico vespertino, tirado frente a él en el sofá. ¿Valía la pena? No, en realidad no. Buscó los cigarrillos en el bolsillo de la chaqueta y encendió uno con movimientos perezosos.
—Sí, estoy cansado, ya lo creo. Hemos iniciado una nueva línea de investigación. Un montón de jovencitos brillantes procedentes de Washington nos ha invadido. Maletines y reglas de cálculo.
—No...
—Oh, sigo al mando. —El profesor Douglas dibujó una amplia sonrisa— Ni por asomo. —El humo gris del cigarrillo onduló a su alrededor—. Pasarán años antes de que me lleven la delantera. Tendrán que afinar un poco más sus reglas de cálculo...
Su mujer sonrió y continuó preparando la cena. Quizá se debía a la atmósfera que reinaba en la pequeña ciudad de Colorado. A los sólidos e impasibles picos montañosos que se alzaban en torno suyo. Al aire frío y seco. A los tranquilos ciudadanos. En cualquier caso, las tensiones y dudas que agobiaban a otros miembros de la profesión no parecían afectar a su marido. En los últimos tiempos, gran cantidad de advenedizos agresivos estaban engrosando las filas de los físicos nucleares. La posición de los veteranos, de repente inseguros, se tambaleaba. La nueva horda de jóvenes talentos invadía todas las universidades, departamentos de física y laboratorios. Incluso el Bryant College, tan alejado del mundanal ruido.
Si Anthony Douglas estaba preocupado, jamás lo demostraba. Descansaba plácidamente en su butaca, los ojos cerrados, una sonrisa beatífica en su rostro. Estaba cansado..., pero en paz. Suspiró de nuevo, esto vez más de placer que de cansancio.
—Es verdad —murmuró—. Tengo suficientes años para ser su padre, pero aún les llevo una buena ventaja. Conozco mejor el medio, por supuesto, y...
—Y las teclas que hay que pulsar.
—También. En cualquier caso, creo que saldré bien librado de esa nueva línea recién...
Su voz enmudeció.
¿Qué pasa? —preguntó Laura.
Douglas se incorporó a medias. Había palidecido intensamente. El horror se reflejaba en sus ojos, aferraba con fuerza los brazos de la butaca, su boca se abría y cerraba.
Había un gran ojo en la ventana. Un inmenso ojo que escudriñaba la habitación y le examinaba. El ojo abarcaba toda la ventana.
—¡Santo Dios! —gritó Douglas.
El ojo se retiró. Afuera sólo se veía la penumbra de la noche, las colinas y árboles difuminados, la calle. Douglas se hundió poco a poco en su butaca.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Laura—. ¿Qué has visto? ¿Había algo ahí fuera?
Douglas se retorcía las manos sin cesar y su boca temblaba con violencia.

—Te digo la verdad, Bill. Yo lo vi. Era real. En caso contrario, no lo diría, ya lo sabes. ¿No me crees?
—¿Lo vio alguien más? —preguntó el profesor William Henderson, mientras mordisqueaba el lápiz con aire pensativo. Despejó un poco la mesa, apartó el plato y los cubiertos, y sacó su bloc—. ¿Lo vio Laura?
—No. Estaba vuelta de espaldas.
—¿Qué hora era?
—Hace media hora. Acababa de llegar a casa. Sobre las seis y media. Me había quitado los zapatos, estaba descansando.
Douglas se secó la frente con una mano temblorosa.
—¿Dices que estaba suelto, que no había nada más? ¿Sólo el... ojo?
—Sólo el ojo. Un ojo enorme que me miraba. Me examinaba. Como si...
—¿Como qué?
—Como si mirara por un microscopio.
Silencio.
La mujer de Henderson, una pelirroja, habló desde el otro lado de la mesa.
—Siempre has sido un empírico estricto, Doug. Nunca te he oído decir tonterías, pero esto... Lástima que nadie lo viera.
—¡Claro que nadie lo vio!
—¿Qué quieres decir?
—Esa maldita cosa me estaba mirando a mí. Me estaba estudiando a mí. — Douglas se puso a gritar como un histérico—. ¿Cómo creéis que me siento? ¡Examinado por un ojo grande como un piano! Dios mío, si no fuera tan estable, me habría vuelto loco.
Henderson y su mujer intercambiaron una mirada. Bill, apuesto, de cabello oscuro, diez años más joven que Douglas. Jean Henderson, vivaz, alegre, catedrática de psicología infantil, de rotundos senos, vestida con pantalones y blusa de nilón.
—¿Qué opinas? —le preguntó Bill—. Entra más en tu especialidad.
—Es tu especialidad—bufó Douglas—. No intentes explicarlo como una proyección morbosa. He venido a verte porque eres el jefe del Departamento de Biología.
—¿Crees que es un animal? ¿Un perezoso gigantesco o algo por el estilo?
—Tiene que ser un animal.
—Quizá sea una broma —sugirió Jean—, o un cartel publicitario. El símbolo de un ocultista. Alguien que lo paseó frente a la ventana.
Douglas procuró contenerse.
—El ojo estaba vivo. Me miró. Me inspeccionó. Después, se retiró, como si se apartara de una lente. —Se estremeció—. ¡Os digo que me estaba examinando!
—¿A ti sólo?
—A mí. A nadie más.
—Pareces curiosamente convencido de que te miraba desde arriba —observó Jean.
—Sí, hacia abajo. A mí. Ni más ni menos. —Una extraña expresión asomó al rostro de Douglas—. Ese es, Jean. Como si viniera de arriba.
Movió la mano hacia el techo.
—Quizá era Dios —murmuró Bill, pensativo.Douglas no dijo nada. Palideció y sus dientes castañetearon
.—Tonterías —dijo Jean—. Dios es un símbolo trascendente psicológico que representa fuerzas inconscientes.
—¿Te miraba con aire acusador? —preguntó Bill—. ¿Como si hubieras hecho algo malo?
— No. Con interés. Con considerable interés. —Douglas se levantó
—. He de volver. Laura piensa que estoy sometido a algún tipo de presión. A ella no se lo he dicho, claro. No tiene una mente científica. Sería incapaz de asimilar semejante idea.
—Hasta a nosotros nos cuesta —dijo Bill.Douglas avanzó hacia la puerta, nervioso.
—¿No se os ocurre ninguna explicación? ¿Algún ser considerado extinto, que todavía merodee por estas montañas?
—No hay, que nosotros sepamos. Si me enterara de..
.—Has dicho que miraba desde arriba—interrumpió Jean
— No se había agachado para mirarte. Por lo tanto, no puede ser un animal o un ser terrestre. —Meditó durante unos segundos
—. Tal vez nos están observando.
—A vosotros no —dijo Douglas en tono quejumbroso
—. Sólo a mí.
—Otra raza —añadió Bill
—¿Crees...?—Quizá sea un ojo venido de Marte.
Douglas abrió la puerta principal con cautela y escudriñó el exterior. La noche era muy oscura. Una leve brisa soplaba entre los árboles y sobre la autopista. Apenas vio su coche, un cuadrado negro recortado contra las colinas.
—Si se os ocurre alguna idea, llamadme.
—Tómate un par de fenobarbitales antes de irte al sobre —aconsejó Jean
—Tranquiliza tus nervios. Douglas salió al porche.
—Buena idea. Gracias. — Meneó la cabeza
—A lo mejor me he vuelto loco. Santo Dios. Bien, hasta luego.
Bajó la escalera y se agarró con fuerza al pasamano.
—Buenas noches —se despidió Bill.
La puerta se cerró y la luz del porche se apagó. Douglas se encaminó hacia su coche con cautela. Extendió la mano en la oscuridad, con la intención de palpar la manilla de la puerta. Un paso. Dos pasos. Qué tontería. Un hombre adulto, casi de edad madura, en el siglo XX. Tres pasos. Encontró la puerta, la abrió, se deslizó en el interior a toda prisa y cerró con el seguro. Rezó en silencio una oración de gracias mientras encendía el motor y los faros. Qué estupidez. Un ojo gigantesco. Algún truco. Dio vueltas a la idea en su cabeza. ¿Estudiantes? ¿Bromistas? ¿Comunistas? ¿Un complot para volverle loco? Era un hombre importante. Probablemente, el físico nuclear más importante del país. Y este nuevo proyecto...Dirigió el coche lentamente hacia la silenciosa autopista. Vigiló cada árbol y arbusto mientras el coche aceleraba. Un complot comunista. Algunos estudiantes pertenecían a una organización de izquierdas, una especie de grupo de estudios marxista. Quizá habían planeado...Algo brilló, iluminado por los faros. Algo situado al borde de la autopista. Douglas lo miró, estupefacto. Algo cuadrado, un bloque largo entre las hierbas que crecían junto a la autopista, donde empezaban los grandes árboles oscuros. Brillaba y centelleaba. Disminuyó la velocidad al mínimo.Una barra de oro, tirada junto al borde de la carretera. Era increíble. El profesor Douglas bajó la ventanilla poco a poco y asomó la cabeza. ¿Era de verdad oro? Lanzó una carcajada nerviosa. Probablemente no. Había visto oro a menudo, por supuesto. Y esto parecía oro, aunque tal vez fuera plomo, un lingote de plomo con una capa dorada. Pero... ¿por qué? Una broma. Una tomadura de pelo. Los chicos de la universidad. Habrían visto su coche cuando se dirigía a caso de los Henderson, e intuido que no tardaría en regresar. O... O en realidad era oro. Quizá había pasado un furgón acorazado. Había tomado la curva a demasiada velocidad. El lingote había caído entre las hierbas. En ese caso, había una pequeña fortuna tirada junto al borde de la carretera. Pero era ilegal poseer oro. Tendría que devolverlo al gobierno. Pero ¿no podía quedarse con una simple pieza? Si la devolvía, obtendría alguna recompensa. Varios miles de dólares, probablemente. Un plan demencial pasó por su mente. Apoderarse del lingote, esconderlo en una caja, volar a México, fuera del país. Eric Barnes era el propietario de un Piper Club. No le costaría nada introducirlo en México. Venderlo. Retirarse. Vivir con toda clase de lujos el resto de su vida. El profesor Douglas resopló, irritado. Su deber era devolverlo. Llamar a la Casa de la Moneda de Denver, contarlo todo. O al departamento de policía. Dio marcha atrás hasta situarse junto a la barra. Apagó el motor y salió. Tenía un trabajo que hacer. Como ciudadano ejemplar (y bien sabía Dios que cincuenta pruebas habían demostrado su ejemplaridad), tenía un trabajo que hacer. Buscó una linterna en el tablero de instrumentos. Si alguien había perdido una barra de oro, le correspondía a él...
Una barra de oro. Imposible. Un escalofrío recorrió su cuerpo y atenazó su corazón. Una débil voz le habló con claridad y racionalidad desde el fondo de su cerebro: «¿Quién se marcharía, abandonando un lingote de oro?».
Algo estaba pasando.
El miedo le invadió. Se quedó petrificado, temblando de terror. La autopista, oscura y desierta. Las montañas silenciosas. Estaba solo. Un lugar perfecto. Si querían cogerle...
¿Ellos?
¿Qué?
Paseó la vista a su alrededor. Ocultos entre los árboles, lo más probable. Esperándole. Esperando a que cruzara la autopista, a que dejara la carretera y se internara en el bosque. A que se agachara e intentara coger el lingote. Un golpe veloz en ese momento; con eso bastaría.
Douglas volvió a su coche y encendió el motor. Soltó el freno. El coche saltó hacia adelante y aceleró. Sus manos temblaban. Douglas se aferró con desesperación al volante. Tenía que huir. Escapar antes de que... lo que fuera le atrapara.
Echó un último vistazo por la ventanilla bajada. El lingote seguía en su sitio, todavía centelleaba entre las hierbas que bordeaban la autopista, pero sus contornos eran vagos y el aire oscilaba a su alrededor.
De pronto, el lingote se esfumó. Desapareció. Su brillo se fundió con la oscuridad.
Douglas levantó la visto y contuvo el aliento, aterrorizado.
Sobre él, en el cielo, algo ocultaba las estrellas. Una gran forma, tan enorme que le sorprendió. La sombra se movió, el circulo incorpóreo de una presencia viva, directamente sobre su cabeza.
Un rostro. Un rostro cósmico, gigantesco, le miraba. Como una inmensa luna, que ocultaba todo lo demás. El rostro flotó un instante, fijo en él..., en el lugar que acababa de abandoner. Después, el rostro desapareció y se fundió en la oscuridad, al igual que el lingote.
Las estrellas reaparecieron. Estaba solo.
Douglas se hundió contra el asiento. El coche osciló locamente y se precipitó carretera adelante. Sus manos resbalaron del volante y cayeron a los costados. Se apoderó del volante justo a tiempo.
No cabía la menor duda. Alguien le perseguía. Intentaba apoderarse de él, pero no se trataba de estudiantes bromistas o comunistas. Ni tampoco algún animal que hubiera sobrevivido a lo largo de los siglos.
Fuera lo que fuese, fueran quienes fuesen, no tenía relación con la Tierra. Ello, o ellos, procedía de otro mundo. Su objetivo era capturarle.
A él.
Pero ¿por qué?

Pete Berg escuchaba con atención.
—Continúa—dijo, cuando Douglas se calló.
—Eso es todo. —Douglas se volvió hacia Bill Henderson—. No intentes decirme que estoy loco. Lo vi. Me estaba mirando. No sólo el ojo, sino toda la cara esta vez.
—¿Crees que era la cara a la que pertenecía el ojo? —preguntó Jean Henderson.
—Lo sé. La cara tenía la misma expresión que el ojo. Me estaba examinando.
—Hemos de llamar a la policía—dijo Laura Douglas, con voz tensa—. Esto no puede seguir así. Si alguien le persigue...
—La policía no servirá de nada.
Bill Henderson paseaba arriba y abajo. Era tarde, pasada la medianoche Todas las luces de casa de los Douglas estaban encendidas. En un rincón estaba sentado Milton Erick, jefe del Departamento de Matemáticas, que tomaba nota de todo sin la menor expresión en su rostro arrugado.
—Podemos concluir—dijo el profesor Erick, que hasta hacía un momento sostenía la pipa entre sus dientes amarillentos— que se trata de una raza extraterrestre. Su tamaño y la posición que adoptan indica que no son terrestres.
—¡No pueden estar quietos en el cielo! —estalló Jean—. ¡No hay nada ahí arriba!
—Es posible que existan configuraciones de materia sin ninguna relación con la nuestra. Una coexistencia de sistemas de universos infinita o múltiple, que tiene lugar a lo largo de un plano de coordenadas totalmente inexplicable mediante nuestros términos actuales. En este momento, debido a una yuxtaposición singular de las tangentes, nos encontramos en contacto con una de estas configuraciones.
—Quiere decir que la gente que persigue a Doug no pertenece a nuestro universo —explicó Bill Henderson—. Vienen de otra dimensión muy diferente.
—El rostro fluctuó —murmuró Douglas—. Tanto el lingote como el rostro fluctuaron y desaparecieron.
—Se retiraron —afirmó Bill—. Regresaron a su universo. Por lo visto, entran en el nuestro cuando quieren, a través de una brecha, por así decirlo.
—Es una pena que sean tan grandes —dijo Jean—. Si fueran más pequeños...
—El tamaño juega a su favor —admitió Erick—. Una desgraciada circunstancia.
—¡Estoy harta de cháchara académica! —gritó Laura—. ¡Nos dedicamos a recitar teorías, mientras algo le persigue!
—Esto podría ser la explicación de los dioses —dijo Bill, de repente.
—¿Los dioses?
Bill asintió.
—¿No lo entendéis? En el pasado, estos seres espiaban nuestro universo. Incluso cabe la posibilidad de que penetraran en él. La gente primitiva les veía y no sabía explicar su presencia. Edificaron religiones en torno a ellos. Les rindieron adoración.
—El monte Olimpo—dijo Jean—. ¡Claro! Y Moisés se encontró con Dios en la cumbre del monte Sinai. Nosotros vivimos en lo alto de las Rocosas. Es posible que sólo se produzcan contactos en los lugares elevados. En montañas como éstas.
—Los monjes tibetanos habitan en las zonas más elevadas del planeta —añadió Bill—. En la parte más alta y antigua del mundo. Todas las religiones importantes han sido reveladas en las montañas, y predicadas por personas que vieron a Dios en sus cumbres y bajaron para esparcir la buena nueva.
—Lo que no entiendo es por qué le quieren a él —dijo Laura. Extendió las manos en un gesto de impotencia—. ¿Por qué le han elegido a él?
—Creo que está muy claro.
La expresión de Bill era decidida.
—Explícate —gruñó Erick.
—¿Qué es Doug? El mejor físico nuclear del mundo, más o menos. Trabaja en proyectos de alto secreto, relativos a la fisión nuclear. Investigaciones muy avanzadas. El gobierno protege todo cuanto hace el Bryant College..., porque Douglas trabaja en él.
—Le buscan por sus conocimientos, por sus habilidades. Porque debido a su tamaño en relación a nuestro universo pueden someter nuestras vidas a un escrutinio tan minucioso como el que nosotros llevamos a cabo en nuestros laboratorios de biología a..., bueno, a los cultivos de «sarcina pulmonum». Sin embargo, eso no significa que su cultura sea más avanzada que la nuestra.
—¡Claro! —exclamó Pete Berg—. Quieren los conocimientos de Doug. Quieren arrebatárselos y aplicarlos a su civilización.
—¡Parásitos! dijo Jean—. Siempre han dependido de nosotros, ¿no lo comprendéis? Hombres del pasado que desaparecieron, secuestrados por esos seres. —Se estremeció—. Es posible que consideren la Tierra su territorio de experimentación, en el que las técnicas y el conocimiento avanzan con grandes esfuerzos.... , para que ellos se beneficien.
Douglas se dispuso a replicar, pero las palabras no salieron de su boca. Se quedó rígido en la silla, con la cabeza ladeada.
Alguien gritaba su nombre desde fuera.
Se levantó y avanzó hacia la puerta. Todos le miraron, estupefactos.
—¿Qué pasa? —preguntó Bill—. ¿Qué sucede, Doug'
Laura le cogió del brazo.
Qué ocurre? ¿Te encuentras mal? ¡Di algo! ¡Doug!
El profesor Douglas se soltó y abrió la puerta. Salió al porche la Luna brillaba débilmente. Una suave luz bañaba el paisaje
—¡Profesor Douglas!
De nuevo la voz, joven y dulce; la voz de una muchacha.
Una chica se erguía al pie de la escalera, bañada por la luz de la luna. Rubia, de unos veinte años de edad. Vestía una falda a cuadros, un jersey de angora de calor pálido, un pañuelo de seda alrededor del cuello. Agitaba las manos en su dirección con nerviosismo, la expresión de su rostro era casi suplicante.
—Me concede un momento, profesor? Ha sucedido algo terrible...
Su voz enmudeció y se alejó de la casa, en dirección a la oscuridad.
—¿Qué ocurre? —gritó Douglas.
Apenas oyó la voz de la joven. Se alejaba.
Douglas estaba indeciso. Vaciló, y después bajó la escalera a toda prisa en su persecución. La muchacha retrocedió, retorciéndose las manos, su boca sensual deformada por una mueca de desesperación. Sus pechos subían y bajaban debajo del jersey como presa de un terror agónico. La luz de la luna resaltaba cada estremecimiento.
¿Qué paso? —gritó Douglas—. ¿Qué sucede? —Corrió tras ella encolerizado—. ¡Deténgase, por el amor de Dios!
La muchacha se alejaba cada vez más de la casa y de él, en dirección a la gran extensión de césped que señalaba el comienzo del campus. Douglas estaba harto. ¡Maldita chica! ¿Por qué no le esperaba?
—¡Espere un momento! —gritó. Llegó al césped, casi sin aliento—. ¿Quién es usted? ¿Qué demonios...?
Se produjo un relámpago. Un rayo de luz cegadora cayó detrás de él, a pocos metros de distancia, y practicó un hueco humeante en la hierba.
Douglas se detuvo, aturdido. Un segundo rayo cayó delante de él. La ola de calor lo arrojó hacia atrás. Tropezó y estuvo a punto de caer. La muchacha se había parado de repente. Estaba silenciosa e inmóvil, el rostro inexpresivo. Parecía un muñeco de cera que hubiera cobrado vida de súbito.
Pero no tenía tiempo de reflexionar en eso. Dio media vuelta y corrió hacia la casa. Un tercer rayo cayó frente a él. Se desvió hacia la derecha y se lanzó entre los matorrales que crecían cerca de la pared. Se apretó contra el cemento de la casa, jadeante.
El cielo tachonado de estrellas resplandeció levemente. Un breve movimiento. Después, nada. Estaba solo. Los rayos cesaron. Y...
La chica también había desaparecido.
Un señuelo. Una hábil imitación para alejarle de la casa, para obligarle a salir a terreno descubierto y poder dispararle.
Se puso en pie, temblando de pies a cabeza, y rodeó la casa. Bill Henderson, Laura y Berg estaban en el porche, hablaban nerviosamente y le buscaban con la mirada. Vio su coche aparcado en el camino privado. Si conseguía llegar hasta él...
Escrutó el cielo. Sólo estrellas. Ni rastro de ellos. Si podía subir al coche y escapar lejos de las montañas, hacia Denver, que estaba en una zona más baja, quizá se salvaría.
Respiró hondo. Sólo le separaban diez metros del coche. Si conseguía entrar...
Corrió. A toda velocidad. Por el camino particular. Abrió la puerta del coche y saltó dentro. Encendió el motor y quitó el freno con veloces movimientos.
El coche se deslizó hacia adelante. El motor cobró vida. Douglas aplastó el acelerador con violencia. El coche brincó. Laura, en el porche, gritó y bajó la escalera. El rugido del motor apagó su grito y el chillido de Bill.
Un momento después se encontraba en la autopista, huyendo de la ciudad, y tomó la larga y sinuosa carretera que conducía a Denver.
Llamaría a Laura desde Denver. Se reuniría con él. Cogerían el tren que iba al este. A la mierda el Bryant College. Su vida estaba en juego. Condujo durante horas sin detenerse, toda la noche. El sol salió y ascendió poco a poco en el cielo. Se veían más coches en la carretera. Dejó atrás a un par de camiones diesel que progresaban con lentitud y bastantes dificultades.
Empezaba a sentirse algo mejor. Las montañas iban disminuyendo de tamaño, cada vez más lejanas...
A medida que aumentaba el calor, su estado de ánimo se fortalecía. Había cientos de laboratorios y universidades diseminados por el país. No le costaría proseguir trabajo en otro sitio. Una vez fuera de las montañas, no le atraparían.
Disminuyó la velocidad. El depósito de gasolina estaba casi vacío.
A la derecha de la carretera había una gasolinera y un pequeño café. La visión del café le recordó que no había desayunado. Su estómago empezaba a protestar. Había un par de coches aparcados frente al café. Algunas personas estaban sentadas ante la barra.
Salió de la carretera y entró en la gasolinera.
—Lleno —dijo al empleado.
Dejó el coche en punto muerto y salió. La grava estaba caliente. Se le hizo la boca agua. Tostadas, jamón, café humeante...
—¿Puedo dejarlo aquí? —preguntó.
—¿El coche? —El empleado desenroscó la tapa y procedió a llenar el depósito—. ¿Qué quiere decir?
—Haga el favor de llenarlo y aparcarlo. Volveré dentro de unos minutos. Quiero desayunar algo.
—¿Desayunar?
Douglas estaba irritado. ¿Qué le pasaba a aquel tipo? Señaló el café. Un camionero había abierto la puerta mosquitera y estaba de pie en el umbral. Se hurgaba los dientes con aire pensativo. En el interior, la camarera iba de un lado a otro. Percibió el aroma del café, del tocino frito. Sonaba una Rocola. Un sonido cálido, amistoso.
—El café.
El empleado dejó de poner gasolina. Bajó poco a poco la manguera y se volvió hacia Douglas, con una expresión extraña en el rostro.
—¿Qué café?—dijo.
El café tembló y se evaporó de súbito. Douglas reprimió un grito de terror. Donde había estado el café sólo se veía un campo vacío
Hierba pardoverdosa. Algunas latas herrumbradas. Botellas. Desperdicios. Una valla inclinada. A lo lejos, el perfil de las montañas
Douglas intentó serenarse.
—Estoy un poco cansado —murmuró. Subió al coche con movimientos inseguros— . ¿Cuánto le debo?
—Apenas he empezado a llenar el...
—Tome. —Douglas le tendió un billete—. Apártese de mi camino.
Encendió el motor y volvió a la autopista. El atónito empleado se quedó mirándole.
Por poco. Por muy poco. Una trampa. Y casi había caído en ella.
Pero lo más terrorífico no era eso. Había salido de las montañas y continuaban persiguiéndole.
No había servido de nada. No se encontraba más a salvo que anoche. Estaban por todas partes.
El coche devoraba kilómetros. Se estaba acercando a Denver.. ¿Y qué? Daba igual. Aunque cavara un agujero en el Valle de la Muerte y se escondiera dentro, seguiría en peligro. Le perseguían y no iban a rendirse. Eso estaba claro.
Se devanó los sesos, desesperado. Tenía que pensar en algo, en alguna forma de burlarles.
Una cultura parasitaria. Una raza que vivía a costa de los humanos, que se aprovechaba del conocimiento y los descubrimientos humanos. ¿No había dicho eso Bill? Iban en pos de sus conocimientos especializados, únicos, en física nuclear. Le habían elegido a causa de su superioridad sobre los demás colegas. Le perseguirían hasta atraparle. Y luego..., ¿qué?
El terror se apoderó de él. El lingote de oro. El cebo. La muchacha parecía tan real. El café lleno de gente. Incluso los olores: tocino frito, café humeante.
Dios, si fuera una persona normal, inculta, sin nada especial. Si...
El ruido de un reventón. El coche coleó. Douglas blasfemó. Un reventón. Precisamente ahora.
Precisamente...
Douglas frenó el coche en la cuneta. Paró el motor y puso el freno. Permaneció sentado un rato en silencio. Por fin, rebuscó en la chaqueta y sacó un aplastado paquete de cigarrillos. Encendió uno lentamente y bajó la ventanilla para que entrara un poco de aire.
Estaba atrapado, sin duda. No había nada que hacer. Estaba completamente solo, entre dos ciudades. El reventón era intencionado, por supuesto. Algo en la carretera, esparcido desde arriba. Tachuelas, lo más probable.
La autopista estaba desierta. No se veía ningún coche. Estaba completamente solo, entre dos ciudades. Denver se encontraba a cuarenta y cinco kilómetros de distancia. No existía la menor posibilidad de llegar allí. Campos llanos y desoladas planicies, le rodeaban.
Nada, excepto la llanura... y el cielo azul.
Douglas escrutó el cielo. No podía verles, pero estaban en algún sitio, esperando a que bajara del coche. Una cultura extraterrestre utilizaría sus conocimientos, sus habilidades. Sería un instrumento en sus manos. Un esclavo, nada más. En cierto modo, era un consuelo. Había sido seleccionado entre todos los miembros de la sociedad. Sus conocimientos y habilidades habían vencido a todos los demás. Algo de calor acudió a sus mejillas. Le habrían estudiado durante cierto tiempo. El gran ojo habría observado a menudo por su telescopio, o microscopio, o lo que fuera. Habría tomado buena nota de su capacidad y comprendido que era un elemento fundamental para su cultura.
Douglas abrió la puerta del coche. Salió y pisó el recalentado pavimento. Tiró el cigarrillo y lo aplastó con calma. Respiró hondo, se estiró y bostezó. Vio las tachuelas, diminutos puntos de luz sobre la superficie del pavimento. Las dos ruedas delanteras estaban deshinchadas.
Algo brilló sobre él. Douglas esperó, inmóvil. Ahora que había llegado el momento, ya no tenía miedo. Contempló la escena con una especie de curiosidad indiferente. La cosa aumentó de tamaño. Creció y se expandió sobre su cabeza. Vaciló un momento. Después, descendió.
Douglas no se movió cuando la enorme red cósmica se cerró sobre él. Las cuerdas le apretaron cuando la red se alzó. Subió hacia el cielo, pero estaba tranquilo, en paz, sin nada de miedo.
¿Por qué iba a tener miedo? Seguiría con el mismo trabajo de siempre. Echaría de menos a Laura y la universidad, desde luego, la comunidad intelectual de la facultad, los rostros alegres de los estudiantes, pero también encontraría buena compañía allí arriba. Personas con quien trabajar. Mentes disciplinadas con las cuales comunicarse.
La red subía cada vez con mayor rapidez. El suelo retrocedía con celeridad. La Tierra pasó de ser una superficie plana a un globo. Douglas contempló todo con interés profesional. Sobre la intrincada tela de la red distinguió el contorno del otro universo, del nuevo mundo hacia el cual se dirigía.
Formas. Dos enormes sombras acuclilladas. Dos figuras increíblemente gigantescas agachadas. Una tiraba de la red. La otra miraba y sujetaba algo en la mano. Un paisaje. Sombras difusas, demasiado inmensas para que Douglas las abarcara.
Captó un pensamiento.
Por fin. Cuántas dificultades.
Valía la pena, pensó el otro ser.
Los pensamientos atronaron en su cabeza. Poderosos pensamientos, procedentes de mentes inmensas.
Yo tenía razón. El más gordo. ¡Menuda presa!
¡Pesará sus buenos veinticuatro ragets!
¡Por fin!
De pronto, la compostura de Douglas le abandonó. Un escalofrío de horror recorrió su mente. ¿De qué estaban hablando? ¿Qué querían decir?
Entonces, le tiraron de la red. Cayó. Algo se acercó. Una superficie plana, brillante. ¿Qué era?
Cosa curiosa, se parecía muchísimo a una sartén.
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